La luna y sus ciclos
- Carolina
- 23 sept 2020
- 8 Min. de lectura
Actualizado: 28 dic 2020
La luna, ese cuerpo celeste que desde pequeños nos llama tanto la atención, o por lo menos a mí siempre me causó curiosidad ver cómo de una semana a otra iba haciéndose pequeña hasta desaparecer y luego volvía, poco a poco, hasta aparecer como un gran círculo luminoso en el cielo oscuro.
El satélite natural de nuestro planeta no podía quedarse fuera de la visión mitológica en todas las culturas. Nuestros ancestros de todos los rincones del mundo siempre vieron en el cielo y sus movimientos algo misterioso y con la observación de los eventos astronómicos descubrieron la conexión de muchas cosas. Ejemplo de esto es el origen del calendario del cual aún tenemos muchas referencias de eventos que tienen que ver con la luna.

Culturas como la celta se basaban en las estaciones y en las fases lunares para hacer sus siembras, cosechas y celebraciones principales. El año chino se basa en la luna nueva entre el solsticio de invierno y el equinoccio de primavera, es por eso que cada año cae en una fecha diferente. Las tradiciones indígenas de América también se basan en los ciclos de la naturaleza para sembrar, cosechar y celebrar, y muchas de las historias del origen del mundo parten del sol y la luna como los dioses padre y madre respectivamente.

Sin embargo, la luna se asocia al principio masculino en algunas tradiciones, por ejemplo, en el mundo semítico que solían ser comunidades nómadas y se desplazaban de un lugar a otro, pensaban que hacerlo de noche era más propicio, y el movimiento, cualidad de los viajeros, es considerado una característica masculina; además, al ser la luna un símbolo de guía en la oscuridad, también pudo haber sido tomada como una cualidad de lo masculino.
Por lo tanto, la luna puede reflejar ambos principios: masculino y femenino, pero es más común asociarla al segundo y es precisamente lo que quiero profundizar.
Empecemos por una característica típicamente de las mujeres: la palabra “mes” viene del latín mensis, de la cual se deriva menstruus que representa los movimientos de la luna durante un mes, es decir lo mensual, que obviamente tiene que ver con la palabra “menstruación”, del latín menstrualis, sangrado que sucede cada mes en las mujeres. Así que nosotras somos la representación de la luna: cambiamos de fase cada 7 días para un ciclo total de 28 días, un mes lunar; nuestra fase de ovulación se asocia generalmente con la luna llena, la fase lútea con la luna menguante, la fase menstrual con la luna nueva y la fase pre-ovulatoria con la luna creciente (hay que aclarar que esto está conectado con arquetipos y que por muchas razones no es igual para todas las mujeres). Ya hemos visto antes lo que significa el número 7, aquí voy a complementar que al sumar los siete primeros números obtenemos el mismo resultado que multiplicando 7x4; el 28 se convierte en un número que marca el cierre de un ciclo y el inicio de uno nuevo, por lo tanto, las fases de la luna asociadas a estos números nos recuerdan el constante ciclo de vida-muerte-vida de la naturaleza que las mujeres llevamos en nuestro propio cuerpo.

El símbolo de la luna con respecto a lo femenino se relaciona con las aguas, la lluvia, la fecundidad, la gestación, los partos, los ciclos de siembra y cosecha, el movimiento de las mareas, etcétera. Sabemos que la luna ejerce un poder en el movimiento de las aguas en el planeta y es por eso que somos susceptibles a los cambios de sus fases, pues recordemos que estamos hechos entre el 70% y el 80% de agua. Por eso también es que la luna se asocia con las aguas primordiales de donde surge todo, pues es la manifestación del nacimiento, la muerte y el renacimiento. Esto la asocia con la inmortalidad, por lo que muchas tradiciones hablaban de la luna como el lugar al que se llegaba después de morir.
La luna como símbolo de ese paso entre la vida y la muerte está vinculada a que sólo podemos verla en tres de sus cuatro fases: creciente, llena y menguante, pero cuando hay luna nueva no la vemos durante aproximadamente tres días (3 como número mágico y como representación de la muerte y, al tercer día, la resurrección). Además, ese lado oscuro de la luna, ese lado oculto que no podemos ver, es característico del misterio femenino, de aquello que sabemos que está, pero que es a lo que no podemos acceder.
Es precisamente por esta dualidad por lo que algunas tradiciones ven en la luna lo ambivalente, un lado bueno y uno malo. Sin embargo, eso está basado en el temor que se le tiene a lo oscuro que representa la muerte. Así es como se consideraron varias diosas relacionadas con la luna y, generalmente, sus características mostraban esa dualidad entre la luz y la oscuridad.

Como ejemplo tenemos a Hécate, la diosa lunar de la antigua religión griega que representa las tres fases de la luna y los tres niveles del mundo. Era temida por representar un aspecto aterrador, lo cual la asocia con la brujería, la magia y los fantasmas de la noche, pero su contraparte benévola era la encargada de la fertilidad y de proteger los nacimientos.

De Grecia también tenemos a Artemisa, igualmente temible y protectora, es la diosa cazadora representada con arco y flechas y a veces con sus perros de caza; también es la diosa de los bosques y de los animales salvajes. En algún momento se le asoció a Selene, la diosa luna, pues Artemisa es hermana de Apolo y a éste se le asociaba al principio solar. Al relacionar a Artemisa con la luna, se le reconoce como diosa de la fertilidad, guardiana de los partos y ayudadora de las mujeres en sus ciclos. Ella es una diosa virgen lo cual nos remite al principio de la naturaleza como ese útero cósmico siempre puro de donde emergen todas las manifestaciones de la vida.

La Artemisa de los griegos es la Diana de los romanos, diosa con las mismas características que, además, estaba asociada a Ana (también llamada Dana o Danu) diosa de la mitología irlandesa que era considerada la madre de los dioses. Debe haber alguna relación entre el nombre de Diana como sinónimo del blanco de tiro al cual se llega con una flecha.
En el culto a la Diosa Madre, la luna ha tenido un papel muy importante. Se dice que hay una fuerza femenina primigenia que atraviesa varias culturas, sobre todo europeas, en donde se pueden ver trinidades de diosas, mostrando los arquetipos de la doncella / luna creciente, la madre / luna llena y la anciana sabia / luna menguante. De esta forma, la luna creciente es un símbolo de resurrección, la luna llena de fecundidad y la luna menguante del misterio que nos aproxima al mundo sutil, al lado oscuro.

Podemos ver como en las culturas islámicas la luna creciente es un símbolo recurrente en sus imágenes. Es mencionada con frecuencia en el Corán y fue objeto de estudio, sobre todo en épocas donde el ocultismo, la astrología y la magia estaban ligados a la ciencia. La capacidad de la luna de reflejar la luz solar era comparada con la capacidad del profeta de transmitir el reflejo de Dios. Sabemos que la luna no tiene luz propia, pero refleja la del sol y este aspecto la hace particularmente transmisora de lo divino. Es precisamente lo que la hace receptiva, lo que la asemeja al contenedor de la divinidad y lo que la convierte en una guía nocturna para atravesar esa oscuridad que es precisamente el misterio de lo femenino.
Y por ser una luz en medio de la noche oscura, su símbolo nos acerca al mundo de los sueños, al inconsciente, a ese mundo sensible de las emociones que, como la luna, son cambiantes. Mientras el sol se corresponde con el espíritu, la luna se asocia al alma, eso que la psicología está llamada a estudiar para mostrarnos el camino del autoconocimiento: Ψυχή –psykhé– (psique, alma) y λογία –logía– (estudio).
Por otro lado, en el mundo hebreo, la palabra Sabbat es tomada del culto a diosas antiguas a las cuales se rendía homenaje teniendo en cuenta las fases de la luna; de ahí que, al satanizar el culto hacia lo femenino en épocas patriarcales, se asocian las celebraciones nocturnas entre mujeres a círculos malignos de brujas que supuestamente se reunían a invocar demonios. Así, la palabra aquelarre, está ligada a los Sabbat paganos, fiestas en torno a los equinoccios, solsticios y temporadas intermedias entre ellos. Para ocultar la conexión con la divinidad femenina, el patriarcado se encargó de hacer que todo esto pareciera obra del mal porque no hay mejor forma de manipular a las masas que generando miedo y, qué mejor que asociar ese miedo a lo oscuro, a lo que no podemos comprender, a esos rincones del alma donde se guardan los aspectos inconscientes.

Pero la luna siempre está ahí, así sea para mostrarnos a través del mundo nocturno aquellas imágenes que nuestro inconsciente nos proyecta para que las hagamos conscientes y tomemos las riendas de nuestra vida.
Hay otras asociaciones particulares en torno a la luna y una de ellas es la que vemos en otras culturas a través de la imagen de los cuernos de vaca. La luna creciente ha sido representada como cuernos y por eso las imágenes de algunos bóvidos son frecuentes en torno al culto a la luna, tanto en figuras femeninas como masculinas, así como lo vemos en Egipto con Osiris que se sincretizó con la deidad de la luna y estaba asociado al toro, o el dios babilónico Sin conocido como “el toro del cielo”. No es de extrañar que estas asociaciones con la vaca o el toro que representan fecundidad y abundancia estén ligadas al símbolo de la leche como ese elíxir vital y como manifestación de la creación, como lo vemos en el nombre de nuestra galaxia, la Vía Láctea, pero esto ya es tema para otro texto…
Como última conexión por hoy, quiero mencionar que en la tradición Shivaíta de la India, el dios Shiva que, además de ser considerado el principio masculino junto con Shakti que es el principio femenino, está ligado a la luna: lo llaman Chandrashekara que significa “corona de luna”, pues lleva media luna en su cabeza que representa el poder sobre el tiempo, ya que la luna permite medir el tiempo, y la capacidad de destrucción y procreación que muestran sus fases. Además, uno de los animales representativos de Shiva es también el toro, su montura.

Siguiendo con esta tradición, Yoga significa unión del sol (Ha) y la luna (Tha) y es a través de dos canales intercalados conocidos como ida y pingala (lunar y solar) por donde se purifica la energía que asciende por el centro de la columna hasta la coronilla. La unión de estos dos principios nos permite conectar con esferas superiores.

La imagen de la luna es tan amplia que hacer una conclusión me parece inapropiado. Son muchas las asociaciones que existen con este cuerpo celeste que ha fascinado a los seres humanos, desde poetas hasta científicos. Lo que sí puedo decir para finalizar es que el poder que ejerce la luna sobre los seres terrestres puede ser verificado y una cosa que podemos hacer para ampliar nuestra consciencia es alinearnos con sus movimientos y dejar que nos guíe cuando el camino se torne oscuro. Permitamos que su luz refleje la sabiduría superior y nos ayude a sacar de las propias sombras esa luz que hay en nuestro interior.
Carolina
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