Los pingüinos: adentrarse en el mar, en el inconsciente
- Carolina
- 20 nov 2023
- 5 Min. de lectura
El océano parece infinito. Cuando estás en un barco en alta mar, sólo puedes ver el horizonte de las aguas mezclándose con el cielo. ¿Alguna vez has visto el mar en la noche oscura? Es impactante, se siente como estar flotando en el cosmos: todo es negro, profundo, es como el abismo que quiere tragarte. Pero las estrellas titilan y te muestran que, incluso en la más profunda oscuridad, hay luz.
Solemos vivir los viajes como si fueran una cosa sencilla: volamos de un lado a otro, navegamos de un lado a otro, rodamos de un lado a otro y ya. ¡Qué equivocados estamos! Los viajes, por pequeños y simples que sean, nos transportan a lo más profundo de nuestro ser, conectándonos con esa parte a la que no le prestamos mucha atención en el bullicio de la cotidianidad.
A mí personalmente me encanta viajar. A veces viajo energéticamente, sin moverme de mi lugar, me transporto mentalmente a tierras que siento que ya he visitado en otras vidas. Debe ser por eso que cuando viajo físicamente, mi mundo entero se mueve, tanto interna como externamente.
Viajar en barco ha sido una de las experiencias más intensas que he vivido: el mar, ese insondable mundo que representa las emociones. Comprendí que las olas y las emociones son espejos: suben y bajan, vienen y van, se calman y se alborotan. El barco es esa ilusión de firmeza que te hace creer que puedes estar fijo porque tienes suelo en el que caminar, pero al final el barco está supeditado al movimiento de las olas y te transmite esa sensación de inestabilidad que te genera resistencia, porque te frustra el hecho de que ya no sirve de nada caminar como estabas acostumbrado, tienes que aprender a caminar al ritmo del mar.
Pero si te das cuenta, surfear las olas es como respirar. Es cuestión de sincronizar: inhalar cuando está subiendo la ola, exhalar cuando está bajando. Buscar la quietud para acompasar esos movimientos internos y externos y así aprender a danzar en vez de caminar. Hay diferencias: cuando caminas, generalmente vas hacia adelante. Cuando danzas, te mueves en todas las direcciones y eso se ve armonioso si vas al ritmo de la música.
Toda esta imagen solamente para decir: ¡si fuéramos capaces de danzar con las emociones, la vida sería más bonita! Pero claro, nos desesperamos porque la ola crece, nos desequilibra, nos tumba, nos marea y no entendemos cómo movernos, ¡queremos estabilidad a toda costa, y la queremos ya mismo! Eso si es que reconocemos las emociones como algo que nos permea. ¿Pero qué tal cuando las emociones le ocurren al que está a nuestro lado? Es un tsunami y muchas veces queremos salir corriendo y el otro “que se ahogue”. Es que no vemos más salida porque raras veces nos han enseñado a surfear nuestras propias emociones, entonces no tenemos paciencia con las de los demás, y ellos tampoco saben qué hacer.

Pero es que nos hace falta entender que, como todo en la vida, las olas también se calman. El mar puede tener tormentas y puede estar en calma, pero nunca quieto. Y es que la vida es así, movimiento, altibajos, subidones y caídas libres, y si no estaríamos aburridos de la pasividad y la linealidad.

Cuando dejas de pelear con las olas, disfrutas la danza. No es en vano que las manillas (sea bands) que venden para el mareo conocido en inglés como seasickness sean para presionar un punto de acupuntura llamado Nei Guan, “Barrera interna”. Este punto está ubicado en la cara interna del brazo, a tres dedos del pliegue de la muñeca. Al activarlo ayudamos a calmar el mareo, pero en realidad su función va más allá, pues permite calmar y filtrar el mundo interno, es decir, las emociones, el estrés, alteraciones de los sentimientos y de los pensamientos. Nei Guan serena el espíritu y predispone al ser a un estado meditativo y contemplativo para que las situaciones que lo afectan (las olas) no lo devoren (no lo mareen ni "lo ahoguen").
Ahora, ¿qué nos dicen los animales que son capaces de sobrellevar estas características inestables? Los animales que viven en el mar están bien adaptados a ese ambiente, de hecho, no sobrevivirían fuera de él. Pero animales como los pingüinos, aves que no vuelan pero que nadan, y a la vez caminan –con torpeza y de forma graciosa–, ellos saben bien cómo y cuándo aproximarse a las olas.
Si las aves que vuelan son mensajeras del cielo, los pingüinos son mensajeros del mar. Si las aves simbolizan el alma que vuela, los pingüinos simbolizan la mente que se sumerge en el inconsciente que representa el vasto e insondable océano.

Los pingüinos viven en colonias y representan la supervivencia cuando están en comunidad. Ellos saben muy bien del trabajo en equipo y cuando eligen pareja, lo hacen para toda la vida, haciendo una labor de crianza en conjunto, turnándose el cuidado de la cría y el abastecimiento. Viven en tierras absolutamente infértiles, es decir, están expuestos a condiciones extremas y requieren migrar para pasar temporadas difíciles en mejores lugares. Pasan tiempo en tierra firme, pero necesitan del mar para sobrevivir, para comer y para movilizarse de un lado a otro. Son símbolo de resiliencia ante la adversidad, siendo capaces de adaptarse a los cambios cíclicos que la vida propone. Se dejan llevar por las olas y nadan cientos de kilómetros en las profundidades del mar para obtener su alimento.
Estas aves nos muestran que es tan importante adentrarnos en las profundidades como lo es llegar a la superficie. Quien permanece en la profundidad se puede ahogar, y quien nunca se adentra porque prefiere la tierra firme, no se alimenta. Así mismo somos los seres humanos en cuanto al mundo del inconsciente: si no nos adentramos en él no podemos aprender las lecciones complejas que la vida nos propone, pero si nos quedamos mucho tiempo ahí nos ahogamos, ya sea en la depresión o en la locura.

Para mí, los pingüinos son los grandes maestros que nos enseñan a adaptarnos al mundo emocional que el mar plantea, al mismo tiempo que nos enseñan que es importante enraizarnos por temporadas, incluso si la tierra en la que estamos es infértil, pues al fin y al cabo siempre podemos migrar y buscar tierras mejores. Pero el alma es un alma nómada, no permanece en un solo lugar por mucho tiempo, pero siempre recuerda que es en comunidad y a través de la solidaridad como se puede sobrevivir.
Estos seres nos enseñan la paciencia en tiempos difíciles, la entrega para poder criar y perpetuar la especia, la fidelidad a la pareja que eligen de por vida. ¿No creen que todo esto es muy profundo y que está relacionado con las emociones más complejas? Angustia, frustración, soledad, vacío, confianza… Son unos verdaderos maestros de las olas emocionales.

Dejo estas reflexiones aquí por ahora, ya que estos pensamientos los tejí muy resumidamente después de haber navegado el mar físico y el emocional al mismo tiempo, cosa que resulta bastante compleja, más aún cuando hay eclipses de por medio. Seguramente más ideas surgirán con el pasar de los días.
Carolina
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