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La Diosa Madre

  • Foto del escritor: Carolina
    Carolina
  • 30 sept 2020
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 28 dic 2020

Cada mitología habla del origen del mundo desde diferentes perspectivas: fenómenos naturales y seres divinos asociados a ellos han sido motivo de adoración y culto a lo largo de la historia de la humanidad.


Antes de que se instaurara el patriarcado y se diera prioridad a las religiones monoteístas cuyo Dios es masculino, existía un culto extendido por todo el mundo, un culto a lo maternal, a la figura de la mujer como dadora de vida y como fuente de nutrición y cuidado.


Se han encontrado en muchos lugares de Europa una cantidad de estatuillas de diosas voluptuosas a las que han llamado Venus, tal y como se puede ver en diferentes hallazgos arqueológicos. (para más información sobre este tema, dirigirse a https://www.europaindigena.com/).


Generalmente, el concepto de Diosa Madre está relacionado con la fertilidad, la gestación, el parto y la lactancia, es decir, a características femeninas que remiten a la creación y que por lo tanto permiten la conservación de la especie. Diosas griegas como Gea, Deméter, Hera, Artemisa e incluso Afrodita, la diosa babilónica Ishtar o la fenicia Astarté, y las diosas egipcias como Hathor o Isis son algunas de los ejemplos que tenemos en cuanto al culto a ese Femenino Divino capaz de dar vida y nutrirla.


Cuando el monoteísmo se distribuyó en tres religiones dominantes, se eliminó por completo la figura femenina como divina y pasó a ser venerable bajo ciertas especificaciones, como las advocaciones de la Virgen María que, dentro del catolicismo, suelen mostrarnos ese sacrificio y esa cualidad de buena madre. Aunque este proceso patriarcal intentó ocultar la figura femenina de la divinidad, pervivió oculta entre símbolos y es por eso que existen vírgenes negras que nos llevan a pensar en el sincretismo que se estaba dando en la medida en que los pueblos politeístas fueron absorbiendo la nueva e imponente religión del imperio correspondiente. Así, esas vírgenes negras son la reminiscencia de Isis y sus diosas asociadas en las demás culturas. Ese color oscuro nos recuerda la tierra fértil, la oscuridad del útero de donde surge toda vida, además ligado al color rojo que es la sangre sagrada, esa vitalidad que corre por las venas y que permite la fecundación y la nutrición.


Y es que TODOS venimos del útero materno, de eso no hay duda, y en una época como la actual en la que la humanidad está en el límite de la violencia y la destrucción del planeta Tierra a todo nivel, la Diosa Madre se nos manifiesta con su energía encarnada en las mujeres que portamos su potencial en nuestros úteros.


Como vemos, son muchas las representaciones de diosas según la cultura que se mire. Hoy quiero traer aquí algunos apuntes sobre la visión que la cultura egipcia antigua tenía sobre sus diosas principales y algunas asociaciones más.


Para empezar, en el antiguo Egipto se rendía culto a la diosa Hathor. Se creía que ella era la personificación de la Vía Láctea derramada por la vaca celestial de sus propias ubres. La vaca ha sido un animal considerado sagrado por muchas culturas, entre ellas en la India y, como vemos aquí, en Egipto. La leche es el alimento nutricio por excelencia y la vaca, por haber sido el principal animal elegido por las sociedades ganaderas, se convirtió en la representación de la fertilidad y la nutrición. Es por eso que a Hathor se la representa ya sea como una vaca propiamente o como una mujer con cuernos sobre su cabeza.



Como Diosa Madre de todos los dioses, Hathor engendra las cualidades maternales por excelencia y es invocada en cuestiones de fertilidad, gestación, parto y crianza. Pero también es la diosa de la sensualidad y sexualidad, de la danza, y del goce. Esto es muy importante: la maternidad no puede estar desligada del placer porque para tener un hijo es necesario haber pasado por un acto ligado al placer. Y aquí es donde la sociedad patriarcal nos tiende la trampa de clasificar a las mujeres de “buenas o malas madres” según sea “santa” que sufre o “pecadora” que disfruta, donde nos graban la frase aquella de “parirás con dolor” que todos sabemos dónde está escrita, cuando en realidad todos los procesos fisiológicos están ligados al placer.


Hathor, como encarnación de la dicha, se relacionaba con el incienso de mirra que es la representación de la inmortalidad, y es que Hathor también protegía a los seres en su tránsito al otro mundo. Por todas estas cualidades, esta diosa es sincretizada con Isis a quien se reconoció como Diosa Madre y que también aparece en algunas ocasiones representada con cuernos en su cabeza y el sol en el medio.


Isis era hermana y esposa de Osiris, quien fue asesinado por su hermano. Ella, una viuda doliente, buscó por todo Egipto las partes en las que fue desmembrado su amado, las reunió y lo resucitó para concebir con él a Horus. Por haber traído a la vida a un muerto, Isis es considerada sabia y maga. Ella es representada también con un trono sobre su cabeza y a veces con alas. En sus manos suele llevar el símbolo de la cruz ansada.


Se sabe que existieron sacerdotisas dedicadas al culto de Isis y que para serlo tenían que pasar por un proceso iniciático, un camino conocido como Los Misterios de Isis en el que aprendían sobre esoterismo, alquimia, entre otros. Y adivinen quiénes conocían estos misterios: María, la madre de Jesús y María Magdalena. Esto es tema largo y profundo, pero para hacernos una idea, cito aquí un fragmento de mi libro inédito Camino del Grial:


Recuerden la relación que hay entre el pueblo judío y Egipto en esa época que relatan los textos bíblicos. Hay muchas historias no contadas y otras tantas ocultas en evangelios gnósticos y otros textos iniciáticos (…) Los misterios de Isis son los misterios del divino femenino. Las mujeres tenemos una magia interior muy fuerte que debemos despertar. Dentro de nuestro cuerpo está el caldero mágico del cual puede salir un universo entero. Nuestro útero es la cueva iniciática. Así tengamos o no este órgano, su energía nos acompaña siempre. De hecho, ya dijimos que todos venimos del útero y por eso los hombres también tienen esta conexión. Pero en nosotras es evidente la magia porque tenemos la disposición en nuestro cuerpo físico. Encarnamos el pozo iniciático, la cueva, el útero.

Es que el útero nos recuerda las polaridades vida-muerte: de su oscuridad surge la luz, de su vacío surge lo que existe y al vacío vuelve a retornar. Nacemos del útero materno y, al morir, nuestro cuerpo retorna al útero de la tierra y nuestra alma retorna al útero cósmico. Por eso el reino de la Diosa Madre se encuentra tanto en el mundo de los vivos como en el de los muertos. Por eso, como mencioné antes, a Isis se la representa llevando en su mano la cruz ansada –Anj– que simboliza la vida divina y la eternidad, lo que no tiene comienzo ni fin.



Pero hay una asociación más: tanto Isis como Hathor están relacionadas con la estrella Sirius, el astro más luminoso del cielo nocturno que se puede observar a simple vista desde la Tierra. En el Egipto antiguo se asociaba a Sothis y su aparición marcaba el inicio del año y la crecida del río Nilo. La conocemos como Alfa Canis Majoris, por lo tanto, está relacionada con el perro o el lobo en varias culturas.


En Sumeria, esta estrella estaba vinculada al planeta Venus, pues ambos son los astros más brillantes y aquí viene la última asociación de la que quiero hablar: Venus como nombre del planeta es también el nombre de las diosas madres arcaicas, como mencioné al principio, y es también el nombre romano de la diosa griega Afrodita. Es nuestro planeta vecino y el más brillante de todos. Se asocia con las características femeninas de la sensualidad, la belleza y la armonía y, además, está ligado a la vida y la muerte -como la Diosa Madre-, pues se conoce como el “lucero del alba” y también como el “lucero vespertino”. Venus es el símbolo de Ishtar.


Como “lucero del alba”, acompaña el nacimiento de un nuevo día y como “lucero vespertino”, acompaña el inicio de la noche, la entrada en lo oscuro para volver a nacer al día siguiente. Y aquí hay otra la conexión: Venus está asociado al signo zodiacal Tauro, aparecen de nuevo los cuernos, esta vez del toro, pero que pueden ser también de la vaca, animal que ya vimos la importancia que tiene al asociarse a Isis y Hathor. Si leíste el artículo anterior, sabrás que la luna está ligada a los cuernos de los bóvidos y en Egipto antiguo esto estuvo representado por Osiris, esposo de Isis.


Luna, Sirius y Venus, tres cuerpos celestes que tienen una gran carga simbólica en cuanto a las fuerzas femeninas y masculinas creativas.


Pero no quiero dar más vueltas porque ya hice bastantes nudos aquí, así que para terminar diré: ¡qué diferente es la visión sobre lo femenino cuando se tiene el culto a la Diosa!, ¿no crees? Imagina qué natural sería ir por la calle amamantando tan tranquila a tu hijo sin sentirte juzgada o acosada por una sociedad a la que no le interesan los pechos que amamantan… Imagina qué naturales serían los procesos de menstruación, gestación y parto si viéramos la sangre como energía vital, si viéramos como sagrado el sangrado de cada mes, si pudiéramos combinar cada proceso femenino con el placer que nos ha sido negado por tantos años…


A eso tenemos que regresar y no digo que tengamos que ir a construir templos a las diosas antiguas o montar un altar en la propia casa, no es eso; lo que digo es que leer, indagar, investigar en esas culturas antiguas, nos da pautas para replantearnos muchas cosas que nos han enseñado y que nos han hecho mucho daño, que tenemos que reincorporar las características femeninas de ser dadoras de vida y nutricias, no sólo trayendo hijos al mundo, sino siendo consecuentes con la capacidad creadora, con la creatividad que nos es dada y que se hace manifiesta en el útero.


Recuperar la admiración y el respeto por el Divino Femenino es un requisito fundamental si queremos ser una mejor especie para este planeta. El patriarcado está dando patadas de ahogado desde hace mucho tiempo y ya no es tan fuerte, sin embargo, es necesario fortalecer la energía femenina tanto en hombres como en mujeres.


Cuando las mujeres tengamos la libertad absoluta de vivir con placer cada uno de nuestros procesos vitales, vamos a tener la posibilidad de gestar bebés más sanos, porque si la madre está bien, la cría también. Cuando la crianza se haga desde el placer, el amor, la empatía y todas esas cualidades tan femeninas, los hombres y las mujeres que construyan el mundo serán seres mucho más equilibrados, sanos y felices.


El futuro de la humanidad está en recuperar la sabiduría olvidada del Divino Femenino.


Carolina

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