Sobre lo femenino y la resignificación del dolor en el parto
- Carolina
- 26 ene 2021
- 8 Min. de lectura
Desde que conocemos nuestra sociedad, las mujeres hemos estado bajo el lenguaje y el dominio de lo masculino. Poco sabemos de las sociedades antes del surgimiento del patriarcado. Dentro de lo que se nos ha contado y podemos interpretar, en la época en la que la mujer hacía parte importante de la sociedad y se le respetaba como intermediaria entre el cielo y la tierra, la sabiduría era transmitida de forma oral. Esa era la manera en la que las mujeres hilaban la historia, la contaban, la vivían día a día.
En el momento en el que esa sabiduría femenina se vio menguada por causa de la imposición del poder de lo masculino, dejamos de comunicarnos desde el cuento, desde la imaginación, desde la danza, desde la canción. Nos vimos obligadas a dejar de ser consecuentes entre el sentir, pensar y hacer para poder adaptarnos a la incipiente sociedad patriarcal. Las mujeres que experimentaron este cambio no tuvieron más remedio que enseñar a sus hijas a mentir para sobrevivir. A partir de allí olvidamos lo que somos, se nos olvidó el proyecto inicial femenino y, en resumidas cuentas, ya no nos conocemos.
En esta época de humanidad, pleno siglo XXI, estamos siendo llamadas de nuevo a descubrir quiénes somos, qué es lo característico de lo femenino.
Para empezar a descubrir eso primero es importante reconocer que somos diferentes a los hombres. No podemos pretender igualarnos a ellos. No vamos a desconocer que el movimiento feminista logró que las mujeres salieran del letargo en el que estaban sumidas, pero lastimosamente los postulados del feminismo parten de una base masculina. Esto nos llevó a un engaño, pues nos han hecho creer que tenemos una libertad y no es así. Me explico: ahora podemos estudiar, trabajar, viajar pero además tenemos las mismas obligaciones que nuestras abuelas y las mujeres anteriores a ellas. Nos han hecho creer que somos unas súper heroínas que todo lo podemos y esto nos ha ido llevando a mantener un resentimiento con lo masculino y nos conduce poco a poco a una autoagresión.
En principio, somos dos seres, casi que dos especies diferentes, con características emocionales y físicas específicas, con lenguajes diferentes. No se trata de competir contra el hombre ni mucho menos, eso sería seguir en el lenguaje violento en el que está nuestro mundo actualmente. Se trata de reconocernos como seres diferentes, con otras cualidades y capacidades ni mejores ni peores, simplemente diferentes.
Cuando entendemos esa diferencia entre hombre y mujer vamos a comprender que es importante conocernos a nosotras mismas desde nuestro propio lenguaje. Explorar lo desconocido dentro de nuestro interior.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con resignificar el dolor? Bueno, vamos a partir de la base de que hemos sido unas completas dolientes desde que vivimos en esta sociedad masculinizada. Nuestros ciclos vitales han sido considerados sufrimiento a lo largo de la historia; simplemente, porque somos consideradas las portadoras del pecado original, nos toca sufrir los dolores de la menstruación, del parto y de la menopausia. Es decir, toda nuestra vida es un eterno “valle de lágrimas” y además siempre nos tratan como “la esclava del señor”.
Para dejar a un lado ese lastre histórico debemos recordar cuál fue nuestro proyecto original como féminas. Podemos partir de lo visible para hacerlo más fácil. Si en nuestro cuerpo hay un cuenco sagrado que sólo las mujeres tenemos -el útero- y éste cuenco es el símbolo de la creación y la creatividad, estamos llamadas a gestar. Sí, y no digo sólo que tengamos una función reproductora, no es eso, se trata de que debemos gestar ideas, parir constantemente, dar a luz, iluminar el camino de los que nos rodean, desarrollar el arte, y, por qué no, para las que tienen esa vocación, ser madres, custodiar a los seres, tanto a los que parimos como a los que nos rodean.
Esta característica nos da a entender que somos portadoras de la fuerza, fuerza que los hombres por alguna razón (tal vez envidia) usurparon y convirtieron en poder. Tenemos que quitar esa palabra de nuestro lenguaje: no tenemos poder de nada, no controlamos nada, no nos interesa asemejarnos a lo Divino, no. Tenemos la fuerza, somos portadoras de eso que ni controlamos ni dominamos, que simplemente nos viene dada para desarrollarnos en este plano y, además, somos Uno con lo Divino.
Entonces como no controlamos nada, ahí es donde viene el miedo a lo desconocido. Si tú tienes todo bajo control y tienes siempre un as bajo la manga, no te preocupas porque crees que dominas lo que sea. La cuestión es que debemos aprender a no controlar, a dejarnos llevar por esa fuerza que nos da la Divinidad. No podemos hacer lo mismo que hicieron los hombres con esa fuerza, debemos cambiar el rumbo de esa historia si queremos que la humanidad sane todos los males que la aquejan.
En diversas situaciones podemos sentir esa fuerza, pero aún estamos en el principio del camino, redescubriendo eso que por siglos hemos olvidado. Una situación específica en la que esa fuerza incontrolable y creadora puede sentirse es en labor de parto. Indiscutiblemente las mujeres que están pasando por la fase de transición, a punto de llegar a una dilatación total, sienten un miedo terrible al percibir que dentro de sus vientres hay una fuerza inconmensurable que quiere expulsar al bebé para traerlo a la Tierra. Es normal escuchar a las mujeres en esta situación diciendo que sienten la necesidad de pujar, ¡de hacer fuerza! Porque eso nos caracteriza, la fuerza.
Entonces, si nos hacemos conscientes de esa fuerza interior que nos es dada, podemos empezar a resignificar el dolor de cada uno de nuestros procesos cíclicos.
El dolor ha sido visto como un sufrimiento, como una cosa que debemos eliminar para poder ser felices. De hecho viene de la palabra latina dolor/doloris que significa dolor físico o pena moral. Ésta, a la vez, viene del verbo doleo, experimentar un dolor, sufrir, afligirse o lamentar.
Es así como siempre buscamos callar esos dolores que nos aquejan. ¿Pero qué es el dolor sino una alerta? Claro, si te duele la cabeza sabes que algo anda mal, que necesitas parar, descansar, replantearte cosas. Si te duele la mano que tienes puesta sobre el fuego te advierte que debes quitarla o te quemarás. El dolor es un mecanismo que tiene el cuerpo para expresar algo.
Sin embargo, el dolor de la mujer es un dolor impuesto a nivel cultural. Nuestras emociones están asociadas a las hormonas y éstas influyen en el comportamiento de todo el organismo. Somos seres altamente sensibles y nos hemos dejado influenciar por la cultura. Nos han dicho que nuestros procesos cíclicos son dolorosos y nada más y nada menos que la Biblia diga “Parirás tus hijos con dolor” nos ha causado un tremendo problema.
El dolor de parto es el único dolor que indica que un proceso fisiológico va bien. Es un dolor que nos permite estar en el aquí y ahora, en el momento presente, para poder atravesar ese ritual de pasaje tan sublime.

Nuestro útero ha sido maltratado a lo largo de la historia y hemos perdido la conexión con esa mágica caverna iniciática, por lo tanto vivimos los ciclos con dolor. Pero en este momento de la humanidad las mujeres hemos despertado de nuevo a esa sensibilidad y es vital retomar el autoconocimiento de nuestro cuerpo y sus ciclos. Resignificar los dolores de cólicos menstruales, no borrándolos sino sintiendo y transformando. Resignificar el dolor de parto y atravesarlo entregándonos a eso insondable y desconocido. Resignificar la menopausia como un proceso de conexión directa con lo divino y no como un momento de decadencia y enfermedad. Debemos ser conscientes de que el dolor (cualquier tipo de dolor) necesita calma, silencio y quietud para diluirse.
Enfocándonos un poco en ese dolor de parto que es el que nos muestra un momento absoluto de fuerza, debemos recordar que el modelo masculino de medicina busca quitar los dolores impidiéndonos sentir. Todo apunta a una analgesia o a una anestesia para volvernos insensibles.
Es posible que el dolor de parto permita a la mujer entrar en una oscuridad típicamente femenina. La mujer que teme al dolor de parto, probablemente tenga más miedo a lo desconocido que el propio dolor. Por lo tanto es necesario entregarse al misterio y dar todo sin esperar nada a cambio, sin embargo conservando la esperanza de que si hay una retribución, esa será el nacimiento de un nuevo ser.
¿Cuáles son las opciones para atravesar el dolor de parto? Creo que resignificaríamos ese dolor si pensáramos que en vez de contracciones tenemos expansiones. Sintiendo las expansiones como olas que vienen y van, flotando mientras llega la siguiente, tal vez pasaríamos más tranquilas por ese ritual de parto.
Ese dolor que se manifiesta como miedo a lo desconocido, como miedo a la muerte, se diluye si estamos fuertes, si nos sentimos sostenidas por ese masculino con el que en vez de reñir debemos convivir, compartir y amar. Si asumimos el parto como una muerte/renacimiento podemos salir fortalecidas y con más sabiduría, podemos sentir el dolor pero sabiendo que saldremos de eso. Debemos “morir” como hijas, como mujeres trabajadoras, intelectuales, como lo que éramos antes de la gestación, para poder nacer como madres, como custodias de un nuevo ser. No quiere decir que vayamos a renunciar a nuestra vida y a entregarnos por completo al sacrificio de la maternidad. No. Eso lo han hecho las mujeres a lo largo de la historia y viene de un lenguaje masculino.
Si desde el lenguaje femenino lo viéramos, el sacrificio de la maternidad es el “oficio sacro” de custodiar, alimentar, nutrir, enseñar. Y para hacer esto tenemos que estar preparadas, tenemos que tener una base de conocimientos y sabidurías para transmitir y, además, quien enseña está llamado a aprender constantemente, lo cual quiere decir que mientras estemos en ese oficio sacro debemos seguir siendo mujeres estudiosas, aprendices de la vida que necesitan desarrollarse constantemente.
Entonces, el parto/nacimiento es una de las caras de la moneda, la otra es la muerte, la cual no se debe ver como pérdida sino como ganancia de una cantidad de cosas que hemos vivido pero que no queremos acumular, que debemos dejar ir para permitir ser algo más, ser unas custodias de un nuevo ser que ha llegado y necesita amor, atención y absoluta entrega mientras que crece y puede desarrollarse por sí mismo.
Por otro lado, el dolor y el placer van de la mano. Quitemos esa frase de “parirás con dolor” para creer que pariremos con placer, sintiendo. Pero sintiendo todo de verdad, sintiendo las olas, las expansiones y pensando que si duelen no es un sufrimiento sino simplemente un dolor que viene y va. Tal vez sean tantas drogas que nos han anestesiado siempre las que nos hacen ver el dolor más exagerado de lo que parece. Quien ha sentido algo antes y nunca ha ocultado ese sentir seguramente no lo sufre, simplemente lo siente.

Si somos capaces de atravesar el rito de pasaje del parto desde esta perspectiva, vamos a redescubrir la fuerza de lo Divino que habita en nosotras. Tal vez así lleguemos a un momento de humanidad en el que la mujer, por fin, se religue a la Divinidad y viva las sensaciones corporales desde otro término que no sea el dolor físico, viva la espiritualidad sin dolor del ánima y viva sus emociones fluctuantes dentro de una alegría serena continua. Somos espíritus que bajamos por la decisión de adoptar una forma, un cuerpo que está diseñado para disfrutar, no estamos preparados para vivir con dolor ni sufrimiento.
Este ha sido un texto escrito desde la entraña, sentido y expresado desde allí. Como conclusión quisiera dejar un poema, un lenguaje más sutil, más femenino, algo que nos transporte a otra dimensión que nos permita resignificar tantos dolores:
Fémina
La fémina acoge todo lo que hay en su entorno
Lo guarda en su cuenco sagrado
Lo suelta con el cambio de luna
Se vacía y se llena constantemente
Conoce el ciclo de vida y muerte
Dentro de la oscuridad misteriosa y desconocida
Gesta la vida para darla a luz
La fémina siente el vaivén de su cuenco sagrado
Ciclo tras ciclo percibe los movimientos ondulantes
Y cuando su cuerpo se dispone a acoger a un espíritu
Su cuenco se prepara para abrirse
Para que de la oscura caverna brote la luz
En ese viaje, la fémina flota y bucea entre las olas sin pelear contra ellas
Fluye como el agua entregándose a lo desconocido
A través de las sensaciones deja surgir la Fuerza que lleva adentro
Y permite el redescubrirse como un ser unido a la Divinidad.
Carolina
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